No había vuelta atrás. La afrenta ya había mancillado nuestro orgullo de pandilla y sólo restaba desquitarse del injustificado ataque por parte de Caperusito. Es temprano y Juanqui toca el timbre de mi casa. Estoy solo así que lo invito a almorzar mientras craneamos alguna forma de webear a quien nos atacara días atrás.
- “Oye, ¿y si lo hueviamos por teléfono a este viejo culiao?”, le pregunto a Juampi.
- “Ya poh … ja ja ja, demás que está arreglando una tele”, me contesta.
Mientras la pizza está lista, buscamos el número en la guía de teléfono. Nirvana es la banda sonora del momento, el que quedaría registrado en una grabadora de bolsillo que me habían prestado hace unos días.
- “Uuuuhh, grabemos esto … ja ja ja, después nos cagaremos de la risa”, digo.
- “¡¡Siiii, y después se las mostramos a los cabros!!!”, me contesta con cara de niño con juguete nuevo.
- “Acá está”, interrumpo apuntando el número de nuestra víctima en la guía de teléfonos.
La radio suena a todo lo que da. No es un equipo por lo que no suena muy bien, pero nos inspira para descargar la furia contra uno de los tantos némesis con que la calle nos había regalado. “In Utero” rota en el cd player y Juampi empieza a marcar. Yo me coloco en el otro auricular para interrumpir cuando sea necesario. Suena el tono de marcado.
- “¿Alo?”, contesta una voz lejana.
- “¿Aló buenas tardes, estará Caperusito?, ¿Aló, Caperusito?”, dice Juanqui con un tono dudoso, pero conteniendo un rosario listo para descargar en el momento preciso. No hay respuesta aparente. Pareciera ser que nuestra víctima recuerda a quienes llamó “Caperusitos” sin motivo.
- “¡¡¡ Contesta poh conchetumadre, no te hagai el weón!!!”, esputa sin misericordia tras los pocos cojones de nuestro aludido. Me uno ipso facto a la arremetida.
La catarsis es total. Las risas no son las menos. Nos parece increíble poder hablar tanta mierda sincronizada sin ensayo previo. Decidimos darle un descanso al canalla y huevear a otros números. El juego se torna divertido.
Restorantes, casas particulares y especialmente los mismos vecinos del sector se convierten en los principales objetivos de nuestras infantiles pero divertidas pitanzas. Palabras como “culiá”, “pichula” y “sapo” son los principales caballitos de batalla para un pueril e inocentona revancha.
- “Llamémoslo de nuevo poh”, me dice el Juanqui impaciente, con una risa a lo Beavis en el rostro.
- “Acá está el número. Dale no más”, contesto.
Esta vez ponemos el micrófono de la grabadora cerca del auricular y bajamos el volumen de la radio para registar todo detalladamente. No podemos fallar. “Tuuuuuut”, suena el tono de marcado.
- “¿Aló?”, contesta la esposa del Caperuso.
- “¿Aló, estará su esposo?”, dice Juanqui esta vez para pasar más piola.
- “Sí, a ver, espere”, le dice amablemente la voz.
Nos sobamos las manos y nos aguantamos las carcajadas. Esta vez nos tiene que hablar.
- “¿Aló, buenas tardes?”, dice una voz amable. Es él.
- “¿Aló Caperusito?”, dice Juanqui.
- “Sí, con él” contesta. Ha entrado en nuestro juego. Sabe quiénes somos.
- “¿A voh te gusta la pichula?”, le pregunta inquisidor el punkrusio.
- “¿Con quién hablo?”, le dice irónicamente el hombre de los piedrazos.
- “Ehhhh … con el Magnate Cachero* ….”, duda peligrosamente Juanqui.
- “¿Y no te duele el poto?”, le devuelve un canchero Caperuso. Cuelga.
El gusto no es de triunfo absoluto, pero si de haber equiparado las fuerzas. Es suficiente por hoy. Mis viejos ya llegarán y la cuenta del fono no aguantará tanto tampoco. Revisamos nuestra grabación y salimos a la calle en busca de algunos escuchas interesados en reír con nuestras payasadas.
A D V E R T E N C I A
A continuación ponemos a disposición vuestra las grabaciones originales de los diálogos aquí contados. Sólo se han subido aquellos aludidos acá, pero la grabación es mucho más extensa. Debido al fuerte contenido explícito verbal de las mismas, se recomienda no escucharlo a parlantes abiertos, sobre todo si estás en una oficina o en la universidad. Por su comprensión gracias.
AUDIOS SERÁN RESUBIDOS A LA BREVEDAD.
* El Magnate Cachero es uno de los tantos personajes pertenecientes a la fauna de las películas producidas por John Goodman durante el período 1994-1996, cuya principal característica era el cuestionario al final programado con un Atari.
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