“Da la cara al país”, dijo el Rapero a las 4 AM

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Las vacaciones de fiestas patrias se acercan y con ellas el callejeo propio de nuestra edad. Útiles, cuadernos, libros y todo lo que emane ese penetrante y a la vez despreciable olor a escolar, queda momentáneamente suspendido y relegado a un rincón de ese exquisito olvido que es la despreocupación.

Me han prestado un Super Nintendo, que por estos tiempos es la novedad del año en cuanto a videojuegos se refiere. El Pelao Castillo se rajó y ahora puedo disfrutar del popular “Street Fighter II” en mi casa, en mi propia tele. Un sueño para unos videomaníacos como mis amigos y yo.

Pero el Castillo sólo me ha prestado la consola y un juego del rol llamado “Drakhen” que es pésimo e indescifrable, por lo que quiero cambiar de juego. Decido ir a ver el videoclub del “Pirata”, un tipo que a duras penas sobrevive tras el auge del VHS a fines de los ochenta. Hoy es más un minimarket que un club de arriendos.

  • “Hola, que tal”, digo observando alrededor. “¿Qué juegos de Super tiene para arrendar?“, pregunto.
  • “Sólo me quedan estos”, me dice el “Pirata”, que poco y nada sabe de títulos.
  • “Ah, ya”, le digo pensando en los bodrios que me estaba mostrando. “Bueno, gracias de todas formas”, le digo desilusionado mientras me apresto a salir del negocillo.

De pronto, y como una aparición casi tan programada como los irreales actores de Truman Show, aparece el “Juani”, compañero de la básica y que también vivía en el cerro. Saludo por cortesía. Debo confesar que sólo guardo buenos recuerdos de dos amigos de ese entonces.

  • “Hola poh Ale”, me dice con aquel clásico aire de grandeza de quienes no se han visto en harto tiempo y pretenden parecer más guapo y canchero que el otro.
  • “Hola poh”, le digo de reflejo. “¿En qué andai?”, le pregunto.
  • “Acá devolviendo un juego de Super”, me dice mientras mis ojos se desvían hacia el cartucho para ver qué juego era. Lo diviso y me doy cuenta que es una bosta.
  • “Uhh, yo igual venía a eso pero están re fomes los juegos. ¿Cuál tenís tú?. Podríamos intercambiar”, le digo.
  • “Ya poh, tengo el Street Fighter II”, me dice mientras mis ojos se ponen como los del gato con botas de Shrek 2.
  • “Yap, yo te presto este que es bacán”, le respondo mostrándole mi super juego.

Trato hecho. Intercambiamos cartuchos y le doy mi fono para que coordinemos la devolución. Ambos partimos como rayo a nuestras casas para disfrutar la novedad que teníamos encima. La diferencia radicaba en que yo tenía la diversión asegurada, mientras que mi compañero iba directo al aburrimiento mismo.

Luego de saciar todas nuestras ansias jugadorísticas con mis amigos, era hora de hacer el clásico calabaza, calabaza. El agotamiento visual me derribó por completo, sumiéndome en un profundo sueño, sólo interrumpido por un inesperado llamado telefónico a eso de las 4 AM.

  • “¿¿¿Aloooo??? ¿Kikeeee?”, decía una desorbitada pero reconocible voz. Era el “Juani”.
  • “Kiiikeeeee, no seai maricón, da la cara al país, Kikeeee”, decía entre los murmullos de un gran carrete a sus espaldas. Había risas que ensalzaban más su inusual llamado.

No sabía si reírme o hablar. Sólo atiné a escuchar y a tratar de descifrar tanta mierda enlatada telefónicamente.

  • “… te doy tres segundos para hablar … uno …. dos …. tres ….”, contaba evidentemente drogado y curado.
  • “¡¡Ya, sabís que más, te regalo el casete pero igual te voy a pillar con los cabros!!”, me decía mientras lo imaginaba junto a una turba de raperos al son de Public Enemy persiguiéndome por las calles de Barón.

Sólo atiné a sonreir e imaginar como derrotar a M. Bison al día que comenzaba dentro de poco y me dormí.

Publicación del Farso que relata lo sucedido la noche en que “El Rapero” me emplazó a dar la cara al país.