El gordo Alonso ya iba algo cansado, pero la sola idea de hacer unos “oyuken” (Hadokken) con Ryu lo mantenía caminando sin parar pero sudando la gota gorda.
- “Lo bacán de la máquina del pasaje Quillota es que tiene los 6 botones”, decía entusiasmado.
- “Siii, ojalá que el Chino se raje con algunos créditos”, contestó el Checoso.
Ya quedaba poco y Alonso comenzaba a meterse las manos a los bolsillos, donde numerosas monedas serían la llave conque podría disfrutar de algunas horas de entretención. Óscar, por su parte, sólo pensaba en llegar a los Galáxica del Rodoviaro para poder jugar Captain Commando en la máquina de 4 players.
- “Hazla corta poh guatón, pa que podamos jugar de a cuatro”, reclamó Óscar.
- “Naaa, no lesees poh, si igual pueden jugar al de los Simpsons”, se defendía el Goonie.
- “Pfff … pa los Simpsons nos basta con el Homero del barrio, ja ja ja”, contestó el Tata.
En tanto, ya estábamos dentro del local y el “Chino” nos saludó con un movimiento de cejas. En menos de un segundo, ya estábamos en la caja gastando los primeros morlacos de la mañana.
El gordo comenzaba a lanzar sus primeros poderes y a lucirse entre los presentes. “Hadoookken” se escuchaba de fondo mientras los asistentes comenzaban a aglomerarse para observar las proezas luchísticas de “Chunk”.
Entre los curiosos, un sujeto de dudoso aspecto y mascando chicle con la boca abierta comenzó a acorralar al Checoso y al Tata, mostrándole un cortacartón pegado con huincha aislante. “Ya loco, suelten la plata”, dijo amenazante y con un potente olor a tufo.
– “Si nosotros tamos mirando no más”, dijo el Checoso haciéndose el loco.
– “Tamo’s patos”, ayudó el Tata, poniendo cara de pobre.
– “Ese gordito de allá tiene plata, tiene pinta de cuico”, dijeron a coro para eludir al flaite cartonero.
Y mientras el Goonie derrotaba a un empaquetador de supermercado, comenzó a sentir algo que se clavaba en sus rollos, mientras se percataba que una vez más, estaba siendo asaltado.
- “Ya loco, suelta las mone’as”, le esputó el flaite.
- “No tengo nada, pero te puedo dar el jockey”, le contesto con la pera tiritando.
- “Ya, pasa pa’cá”, le replicó al lanza que molesto por lo paupérrimo de sus asaltados, le dio un empujón al Goonie y lo dejó mirando al Space Invaders.
A esa altura, ya nos habíamos gastado toda la plata y habíamos apretado cachete. Olvidado el resto del panorama dominical, subimos corriendo el cerro dejando al Goonie atrás, olvidado a su suerte.
Al rato, y envuelto en sudor, logró darnos alcance.
- “Son maricooones”, dijo con tono mamón.
Así terminaba otra “cita”. Accidentada, pero cita al fin y al cabo. Pese a tales incidentes, la dinámica se extendió por varios años más, sin registrarse, por suerte nuestra y del Goonie, ningún asalto ni arremetida flaite.