Parte de mi infancia, y sobre todo las vacaciones de verano, las solía pasar en Quilpué, en casa de mi primo Rodrigo.
Fue en uno de esos tantos veranos, específicamente el de 1988, cuando la fiebre de los Transformers ya iba por su tercer año en Chile; y con ello, las ganas de tener algunos de los juguetes icónicos de esa preciadaGeneración 1.
Cuando Televisión Nacional de Chile (Canal 12 en Valparaíso por esos años), emitía la tercera temporada televisiva de la pandilla de Rodimus Prime (recordemos que Optimus ya era fiambre, mejor dicho chatarra, a esas alturas); nuevos personajes comenzaron a llenar la pantalla con sus aventuras.
Los Technobots, Predacons, Sky Lynx, y los Terrorcons; eran algunos de los nuevos protagonistas de la serie, desplazando a los “antiguos” como los Constructicons, Stunticons, Protectobots o Aerialbots.
En la quinta región, los Transformers eran vendidos principalmente en tiendas como Falabella (Viña), Peluche, DIN, La Mundial, Niñomundo, Casa Traviesa e Importadora Tala de Valparaíso.
El precio aproximado de una figura pequeña perteneciente a los “gestalt” (robot formado por varios otros) era de $2.500 en 1988 (unos $15.000 hacia febrero de 2019). El robot central (Motormaster, Hot Spot, Silverbolt, por ejemplo) era de unos $4.500 ($30.000 en febrero de 2019).
Siempre tuve la costumbre de juntar cada peso que podía, principalmente con el fin de comprar alguna figura de mi interés. Antes, era común “separar” los juguetes que querías e ir abonando conforme ahorrabas, hasta completar el pago.
Cuando más peque, me demoré algunos meses en comprar un Smokescreen en la Casa Traviesa de Valparaíso en tres pagos realizados con monedas de a $10 y $5. Éstas las juntaba de vueltos y de monedas regaladas por mi abuela y tía abuela.
Aún recuerdo a la dependiente de esa tienda, una abuelita muy gentil, que pacientemente esperaba que contara las interminables monedas que salían de una ruinosa chauchera de tevinil, adquirida en la micro 12 del Cerro Barón del puerto.
Mi primo también tenía esta costumbre. Pero, ¿había tiendas de juguetes en Quilpué de 1988? Pronto, sería una respuesta que develaríamos.
Alhue, la enigmática tienda sin horario
Corría enero de 1988 y las vacaciones de verano iban según lo habíamos planeado. Diversión a raudales en torno a nuestros personajes favoritos, nos entregaban eternas tardes de entretención simple y sana.
- “¿Vamos a la Galería del Centro?”, dice mi primo Rodrigo. “Conozco una tienda en donde venden Transformers originales”.
- “¡Ya pues! me tinca”, le digo.
- “Yo estoy juntando los Terrorcons. Tengo a Rippersnapper y quiero a Sinnertwin”, me comenta.
Y así, salimos en dirección a la Galería Central en las inmediaciones de la Municipalidad de Quilpué, y que tenía como característica que eran locales al aire libre. Una suerte de paseo en el centro quilpueíno.
Al iniciar nuestro recorrido por las callejuelas de la galería, dejamos de sentir el ruido de los vehículos para adentrarnos en una especie de submundo, uno silencioso y, para un par de niños, lleno de sorpresas. Nos sentimos entrando al Ropero camino a Narnia.
Tras dar un par de vueltas por los dos niveles del comercio, no lográbamos dar con la tienda en la que Rodrigo había comprado con anterioridad. Parecía haberse esfumado.
De pronto, y tras un viraje sorpresivo, un letrero algo desteñido llamó nuestra atención: “Tienda Alhue, Juguetería”. Lamentablemente para nuestros propósitos, ésta se encontraba cerrada y con la cortina abajo, sin señales de vida.
Afortunadamente, ésta era del tipo reja, por lo que nos era posible echar un vistazo a la vitrina de la tienda.
- “¡Mira! Tienen el que quieres …”, le dije emocionado a Rodrigo.
- “¡Sí!, Excelente”, me replicó.
Luego de soñar y fantasear con las figuras en el escaparate, nos sentamos en una banca que estaba en frente de la tienda, mientras el resto de los locales ya estaban abiertos al público. Sin embargo, Alhue no daba señales de vida.
Frustrados, emprendimos el rumbo a casa de vuelta. Rodrigo mascaba la desazón por no poder comprar la figura que quería, y con el temor de que otro niño llegase antes que él.
Pero, ¿cómo poder saber a qué hora abría la tienda? Ningún cartel nos daba luces de aquello, por lo que nos preparamos para el día siguiente, instalarnos como punto fijo hasta que viéramos la cortina izada y poder concretar la compra.
¿Podríamos ver finalmente la tienda abierta? ¿Había sido abandonada? Ese sería un misterio que develaríamos durante las próximas horas …
CONTINUARÁ